Retorno provisorio hacia una máxima no provisional


 Hoy reconozco en mí distancias tan grandes como mis años.

Habito una tensión de la que a veces desde el pasado brota una nota que atravesando el presente, se asoma al futuro queriendo componer una armonía que al nacer se desintegra y se expande hasta convertirse nuevamente en oscilación y mutación constante.

Veo palidecer en mis manos lo que en algún tiempo se parió con dulzura. Aquello que empezó sabiendo a miel va perdiendo su aroma dulce y empieza a oler a óxido. Uno a uno se van cayendo sus colores y cuando el amarillo y el ocre lo han invadido por completo, el viento lo  desnuda hasta que de él no queda nada. Aquello ha muerto. Lo he dejado morir en mis manos otra vez.

Sin embargo, ahora creo que ver perecer no es en verdad fin y acabamiento porque quizás el hoy del mañana pueda verlo nacer otra vez.

La tensión ahora yace adormecida, se le han caído sus opuestos. Y de cada uno de sus fragmentos, desperdigados en un silencio eterno, germinará una nube de la que florecerá una tormenta.  


Y gotas de rocío caerán en mis manos para recordarme que ya es tarde pero los grillos aún cantan y mi balsa ya está lista.



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