Tiempo y lluvia

Yo no tengo tiempo pero los recuerdos no conocen la oportunidad, se cuelan por cualquier fisura, se tuercen por las llanuras y caen del techo como gotas.
La primera se estrella en mi cabeza, me interrumpe la conversación. Miro hacia arriba buscando una gotera pero en vez encuentro una sonrisa. Sonrío. Seguro fue una gota aislada hija del rocío del ensueño de la noche anterior.
A los minutos cae la segunda sobre el costado de mi pulgar derecho. La miro. La seco. Vuelvo a elevar la mirada. Esta vez, una caricia. Se me eriza la piel. Ojalá hoy no llueva porque no traje paraguas y no tengo ganas de mojarme.
La conversación continua y cuando me dispongo a intervenir  cae la tercera sobre mis labios 
como prohibiéndome volver a hablar. 
Un beso. Mi lengua sabe a miel.

Estoy fuera, están lloviznando recuerdos.

La tercera gota que sigue sobre mi labio es estrellada por una cuarta y juntas se trasladan por mi cuello hacia mi pecho. Tu cuerpo. Mi cuerpo se intoxica, pide a gritos más. Las gotas siguen cayendo y entre ellas arman un rompecabezas de texturas, olores, sonidos, discursos.

Tormenta.

Ya no sólo caen sobre mí, las gotas lo han invadido todo. En la mesa de atrás estás cocinando, en la silla de enfrente con el celular, en el sillón del fondo te abrazo, en el escenario estás sentado frente al río, cerca de la salida nos reímos, en la puerta del baño, lloramos, nos despedimos.


El bar es ahora un mar de recuerdos en el que estoy naufragando. Siento que me ahogo, te busco pero tu figura programada en vivo no me tiende la mano. No es justo y me parece una ironía que me esté ahogando en un mar de recuerdos y lo que nos separa sea un océano.   

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